Hoy quiero reivindicar mi profesión, la del corrector de ortotipografía y estilo de textos. De hecho, hace poco estuve en Barcelona con compañeros de labor durante unas jornadas en las que compartimos opiniones acerca del estado de nuestro trabajo, que creemos que es cada vez más necesario. Y, todo hay que decirlo, la organización se portó muy bien con nosotros, ya que nos alojó en el que para mí es el mejor hotel de la ciudad y el que tiene más encanta, el Bòria BCN, de la cadena de lujo Mercer.
Pues bien, como llegué a la conclusión con mis compañeros durante estas jornadas en las que debatimos acerca de nuestra profesión, se trata de un oficio del que nadie puede prescindir pese a la extraña convicción de la que las nuevas tecnologías lo solucionan todo. Y no es así, ni mucho menos. Escribir en un programa o procesador de textos que detecta erratas o algunos errores no hace que seamos prescindibles. Ningún programa es tan eficaz como el propio ojo humano y tiene los mismos conocimientos que el profesional. De hecho, cuántas veces os habrá pasado a muchos de vosotros que donde el Word os señala un error en realidad estáis poniendo una idea correcta, una palabra derivada de un nombre, como por ejemplo darwinismo, etc. Es más, muchas veces es posible que nos comamos palabras, o que el propio corrector sea el que nos meta los errores en los textos, cuando por ejemplo queremos introducir una palabra que este no la reconoce y para la que predictivamente la convierte en otra que le suena mejor pero que no es el término que queremos usar.
Asimismo, el hecho de encontrarnos erratas o errores gramaticales dentro de una novela o incluso en una publicación periódica hace que le demos una menor credibilidad a la misma o que le restemos, por lo tanto prestigio. Es más, en la era en la que estamos donde priman tanto las redes sociales es raro el día en que no encontramos circulando y compartiéndose a toda velocidad la foto de un rótulo erróneo en la televisión (aquí os dejo una divertida recopilación) o incluso de fallos en titulares. Gracioso fue el que hace unos meses nos hablaba de bombardeos en Soria en vez de en Siria, una simple vocal que puede cambiarlo todo.
Es por esto que todos los profesionales de este sector creemos que debemos aprovechar este tipo de reuniones para reivindicar nuestra tarea con los textos y enriquecer esa cultura que sabemos que muchos lectores aprecian. Expresiones como “en base a” no existen y eso no lo detecta un ordenador, no lo va a sustituir por “en función de”. O una más graciosa, como la que recibí hace unos días en una carta, donde una representante de una tienda argumentaba que “por su puesto” se me devolvería el dinero de algo que me habían enviado dañado tras una compra por internet. “Por mi puesto” lo reivindicaba, le contesté yo.
Una profesión mal pagada
De lo que no nos libramos los correctores, eso sí, es de cobrar bastante mal. Pocos son los que verdaderamente saben distinguir entre un texto bien corregido y una chapuza, así que difícilmente valoran el trabajo que hacemos. Es por esto que hay mucho intrusismo y si la persona que te contrata no entiende mucho tirará siempre por el precio más bajo, que no por el elevado, ya que este segundo ha de cobrarse más caro tanto por su calidad como por el tiempo de dedicación que necesita, y no todos los empresarios desean encarecer un presupuesto apostando por una calidad que no comprenden. Donde hace unos años esta profesión era sumamente rentable, ya que corregir o cambiar una plancha con un error resultaba más caro que pagar al corrector, ahora apenas se la valora como se merece. Pero está claro que pervivirá por siempre, porque no existe la máquina capaz de sustituir a este oficio.